Delfa Warwick

Iba caminando por el castillo junto a mi hermana Vivian, quien solía ser la persona en la que confiaba y de la que me dejaba proteger. Sus caricias, sus palabras tiernas, todo en ella denotaba que me quería y mi sensibilidad hacía que la aceptara, sin apartarla de mi lado. Las paredes eran frías y el suelo también pero no me molestaba ir con el calzado en la mano y los pies descalzos, siempre había sido una mujer muy natural y amante de la misma. El contacto de la fría piedra contra mi piel hacía que me dieran escalofríos y una sonrisa inocente se apoderó de mi rostro blanco cual mármol. Unas pisadas que no eran nuestras comenzaron a resonar por el patio interior en el que nos hallábamos. No podía ser un alumno, aquella zona estaba restringida hasta que se acabara de arreglar el pequeño muro derruido que se encontraba en mitad del jardín, parecía un claustro. Mis sentidos estaban mucho más agudizados que los de cualquiera aunque no sabía el por qué. Mis grandes ojos azules aguamarina se clavaron en el sitio exacto por el que apareció nada más y nada menos que Robert Wace, hombre de mis sueños y mejor amigo de Vivian. Me tembló la comisura del labio y seguí mirándole de reojo hasta que pasó por nuestro lado, con una sonrisa vivaracha y sus ojos puestos en mi hermana. Saludó con una reverencia rápida, dado que no paró, a mi compañera y a mí con una simple inclinación de cabeza.

Aquello no me desanimó. Le conocía. Tenía un extraño don que me hacía conocerles y sabía en mi fuero interno que aquello no tenía nada que ver conmigo, que él no sentía nada. Pero como cualquier chica a la que le gusta otra persona, oculté esos fieros sentimientos contradictorios y me dejaba llevar, ilusionada porque hubiera pasado por mi lado y no por el de mi hermana. Noté una sensación extraña y torné mis ojos hacia ella, me miraba excusándose... como si una gran pena la invadiera. Sabía por qué era pero no quería admitirlo. Doblamos una esquina y ese pesar seguía siendo presa de mi hermana, cosa que hacía que me angustiara a mí. A la vez que los pasos de Wace se esfumaban, otros se hicieron dueños de mis oídos, unos mucho más que conocidos. La que antes era una sonrisa ufana y alegre ahora se había achicado ligeramente al encontrarse mis ojos con los de Ayrton Blake, mi mejor amigo. Éste, al comprobar que estábamos andando en dirección a la puerta por la que había aparecido, se quedó a la espera, con breves gestos de nerviosismo en su expresión corporal. Pero esta vez todo era mucho más diferente a nuestro anterior visitante... Éste me esperaba a mí.

No habían hecho falta las palabras en el transcurso de estos minutos, no era una chica habladora si la tranquilidad que se respiraba a mi alrededor merecía más la pena que cualquier ruido o palabra que pudiera soltar. Ayrton miró las sandalias que llevaba en la mano y se rió con ternura, como pensando "típico en ella, mi pequeña". Ladeé la cabeza al ver esa sonrisa de felicidad que se alzaba triunfante en su rostro y todo el mío se iluminó, me hacía sentir bien, hacía que se disipara toda niebla que pudiera haber. Mis labios rosados tirando a rojos se estiraban orgullosos de poder dar paso a una sonrisa blanca y perfecta, con una única imperfección que la hacía mucho más humana. Me agaché a recoger parte de la delantera de mi vestido para subir el escalón que estaba franqueando mi amigo y de un salto pasé a la siguiente estancia mientras Ayrton y Vivian se lanzaban una mirada más que significativa. Lo único que se escuchaba en el siguiente claustro ahora era mi tarareo de una canción alegre e inocente.